Today is the 31st Sunday in Ordinary time, Year B. We are in the 3rd day of the month of November. This month we remember our deceased loved ones and ask the prayers of those who are already in heaven, the multitude of God’s elect, to intercede and give us hope to look forward to God’s promise of life everlasting.
All the readings we have heard speak about the love of God, which is the basis of everything. The Book of Deuteronomy reminds us of the “Shema” which the Israelites take to heart God’s commandment and love God with all their heart and their whole being. Moses exhorts the people of Israel: “The LORD is our God, the LORD alone! Therefore, you shall love the LORD, your God, with all your heart, and with all your soul, and with all your strength. Take to heart these words which I enjoin on you today.” (vv. 4-6) Therefore, Moses taught them that it is God alone they must worship and give Him their undivided love. There is no multiplicity of gods as some people think; this is to assert their identity as monotheistic. It is demanded of them their love and personal relationship with Him. God manifests His desire to establish a relationship with His people.
In the 2nd reading from the letter to the Hebrews, the author reminds the people of the many Leviticus priests who come and go and taste death, but “that Jesus, because He remains forever, has a priesthood that does not pass away.” Jesus is a priest forever “who always saves” and people approach God through His ultimate sacrifices.
In the gospel, taken from the evangelist Mark, the scribe is asking Jesus this time not testing Him. and Jesus’ response demonstrates that He upholds strictly the Jewish tradition of Moses that there is but One God. This good news keeps us mindful of acting at all times to the two most important commandments of God.
First, Jesus quoted the Old Testament, “Hear, O Israel. The Lord our God is Lord alone! You shall love the Lord, your God with all your heart, with all your soul, with all your mind and with all your strength.” (Deut. 6:4) Thus, loving God is the first commandment, and the most important commandment we must do. What does that mean to love God? If we believe, trust and are fully in love with God, we must be submissive to His will and keep all His commandments. Furthermore, Jesus who lives in history, shows us how He lives, and teaches us what it means to love God in words, deeds and actions. There is no duplicity in Him.
Second, Jesus says, “You shall love your neighbor as yourself.” Loving our neighbor is easy when we like them, but how about those who are hurting us? The truth matters when we truly understand Jesus’ words that when we love, it comes from the heart. There are times that we struggle to accept the pain of being hurt, but it is part of our purification and sacrifice. If we believe that our strength and power to forgive comes solely from God,’who is generously forgiving and merciful, we don’t need anything at all but to dispense the grace of God that has been given to us and share with others. Everyone should love each other and do it for both the good and the bad. Jesus fulfills everything for us.
Let us be open to accept the “spirituality of Synodality” which Pope Francis acknowledges that as we journey towards the kingdom of God, we accept concrete ways and formation pathways to bring about synodal conversion. When we are forgetful to work conscientiously remaining faithful in a relationship with God, our struggle to fulfill the second commandment would be easy and not burdensome. Our listening and loving this awesome One God becomes our inspiration and motivator in keeping these two commandments.
For those who faithfully comply to obey these two commandments, they must show gratitude being loved by God and loved by others. These two commandments are meant to keep all of us together, united with our loving God, and to grow in prosperity and love. We pray for the grace of finding ourselves by loving God and reflecting on how we truly practice the teaching of Jesus by loving and accepting our neighbors, not as demanding laws, but as a sure way to holiness.
God bless you.
Fr. Arlon, osa
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El Dictado del Corazón
Trigésimo-primer Domingo del Tiempo Ordinario, Año B
- Deuteronomio 6:2-6
- Salmo 18:2-3, 3-4, 47, 51
- Hebreos 7:23-28
- Marcos 12:28b-34
Hoy es el Trigésimo-primer Domingo del Tiempo Ordinario, Año B. Estamos en el tercer día de noviembre. Este mes recordamos a nuestros seres queridos que han fallecido y pedimos oraciones de los que ya están en el cielo, la multitud de los elegidos de Dios para que intercedan y nos den esperanza para mirar hacia adelante a la promesa de Dios de vida eterna.
Todas las lecturas que hemos escuchado hablan sobre el amor de Dios que es la base de todo. El libro del Deuteronomio nos recuerda el “Shemá”, que los israelitas toman en serio el mandamiento de Dios y amar a Dios con todo su corazón y todo su ser. Moisés exhorta al pueblo de Israel: “¡El Señor es nuestro Dios, él es único Señor! Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que yo te ordeno hoy” (vv. 4-6). Por eso, Moisés les enseñó que solo a Dios debían adorar y darle su amor. No hay multiplicidad de dioses, piensan algunos, esto es para afirmar su identidad como monoteístas. Se les exige su amor y relación personal con Él. Dios manifiesta su deseo de establecer una relación con su pueblo.
En la segunda lectura de la carta a los Hebreos, el autor recuerda al pueblo que muchos sacerdotes levíticos van y vienen y prueban la muerte, pero “que Jesús, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio que no pasa”. Jesús es un sacerdote eterno “que siempre salva” y sus sacrificios acercan a la gente a Dios a través de su sacrificio supremo.
En el evangelio tomado del evangelista Marcos, el escriba pregunta, esta vez sin poner a prueba a Jesús. La respuesta de Jesús demuestra que Él mantiene estrictamente la tradición judía de Moisés de que hay un solo Dios. Esta buena noticia nos hace conscientes de actuar en todo momento los dos mandamientos más importantes de Dios.
Primero, Jesús citó el Antiguo Testamento: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. (Deut. 6:4) Por lo tanto, amar a Dios es el primer mandamiento y el más importante que debemos cumplir. ¿Qué significa amar a Dios? Si creemos, confiamos y estamos completamente enamorados de Dios, debemos ser sumisos a Su voluntad y cumplir todos Sus mandamientos. Además, Jesús, que vive en la historia, nos muestra cómo vive y nos enseña lo que significa amar a Dios en palabras, hechos y acciones. En Él no hay duplicidad.
En segundo lugar, Jesús dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Amar a nuestro prójimo cuando nos agrada, pero ¿qué pasa con aquellos que nos hacen daño? La verdad importa cuando realmente entendemos las palabras de Jesús de que cuando amamos, el amor viene del corazón. Hay momentos en que nos cuesta aceptar el dolor de ser heridos, pero es parte de nuestra purificación y sacrificio. Supongamos que creemos que nuestra fuerza y poder para perdonar proviene únicamente de Dios, que es generoso y misericordioso. No necesitamos nada en absoluto, sino dispensar la gracia que Dios nos ha dado y compartido con los demás. Todos deben amarse unos a otros y hacerlo en lo bueno y en lo malo. Jesús cumple todo por nosotros.
Seamos abiertos a aceptar la “espiritualidad de la sinodalidad” que el Papa Francisco reconoce que, a medida que avanzamos hacia el reino de Dios, aceptamos formas concretas y caminos de formación para lograr la conversión sinodal. Cuando nos olvidamos de trabajar conscientemente para permanecer fieles en una relación con Dios, nuestra lucha por cumplir el segundo mandamiento será fácil y no pesada. Escuchar y amar a este maravilloso Dios Único se convierte en nuestra inspiración y motivación para cumplir estos dos mandamientos.
Quienes cumplen fielmente estos dos mandamientos deben mostrar gratitud por ser amados por Dios y por los demás. Estos dos mandamientos tienen como fin mantenernos unidos con nuestro Dios amoroso y crecer en prosperidad y amor. Oramos por la gracia de encontrarnos a nosotros mismos amando a Dios y reflexionar sobre cómo practicamos verdaderamente la enseñanza de Jesús al amar y aceptar a nuestro prójimo, no como leyes exigentes, sino como un camino seguro hacia la santidad.
Dios los bendiga.
P. Arlon, osa