The Dictate of the Heart: 3rd Sunday of Easter, Year B.

Today is the 3rd Sunday of Easter. We started our Easter journey three weeks ago, and we will continue to travel to our “Road to Emmaus.” In every celebration of the mass we heard the word of God, “Were not our hearts burning within us?” He is speaking to us in scriptures, and we meditate to understand the message.

We heard the first reading taken from the Acts of the Apostles. Peter was recollecting the events of the past and moving through the present to face their future. Then Peter made a blatant comment that hit all listeners hard as they were responsible for the death of the servant, Jesus. However, Jesus was raised from the dead as the Father’s servant with his concluding comment that you can repent and have your sins wiped away and follow Jesus, who was the lovingly obedient anointed Son of God.

The second reading from the first letter of St. John reminded his readers of the trait of this merciful God if we keep His commandments. If we claim we know God and never keep His commandments, our own identity doesn’t make any sense. We can be the worst liars. When we are not honest and we disobey God, we miss the opportunity to see how God would work through us. We must be obedient in our own seeking of transformation and conversion. To remain in sin doesn’t help us see better, even in darkness. It is important to remember that a crucial part of obeying God is trusting Him and counting on Him. Trust is the foundational command so that all our obedience is to flow out is active, alive, and present.

The gospel today is one of my favorite passages in the scripture. Two disciples who had been traumatized by the death of Jesus were returning to the safety of Emmaus. Let us accompany them in their journey with open heart and mind to fully understand ourselves better.

First, the two disciples were exiting from the worst week of their lives, knowing that Jesus was tortured and put to death by crucifixion without the people’s knowledge about Jesus being the true Messiah. These two disciples wanted to escape from their experience of brokenness and heavy hearts because of what had happened to Jesus, their Master. We, like the disciples, have our hurts, disappointments, and even doubts, and so we want to sit on the side of the road to question, to ponder and retrospect. To escape from those hurtful feelings is not advisable, but rather confront them with confidence and faith.

Second, Jesus reviews the scriptures with them, which announce His truth, and they then recognize Him in the proclamation of the word. Jesus explained well about the events as revealed in the scriptures. The two disciples’ hearts were burning with joy, so they invited Jesus to stay with them in the inn because it was already dark. While the two disciples and Jesus were at the table, something familiar happened, that is, the “breaking of bread.” At that moment, Jesus shared a meal with them, and by doing so, He extended a deep relationship with His disciples, which surprised them, with the mystery of His bodily resurrection appearance.

Third, then Jesus vanishes, but their hearts were so flooded with joy that they decided to return and reveal to others what they had experienced. Their encounter with the risen Lord gave them encouragement and mission. Thus, Jesus has risen to keep us rising, that is, to encounter His presence, to remember His encouraging words and teachings, to extend peace and reconciliation, and to make us understand our mission to accomplish.

Oftentimes, in our spiritual exercises, like attending Mass and personal reading of scriptures and meditations, the Risen Lord becomes available to us. He intimately speaks to us in silence and even walks with us. Intimacy invites us into mystery, into adventure, and into deeper experiences of life. Jesus invites His intimate friends to go out and be with Him in the so called “Eucharistic presence.” Then, we find comfort through His healing power and are lifted as a person. He gives peace and joy for our community and for the world.

God bless everyone! He is Risen! Alleluia!

Fr. Arlon, osa

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El Dictado del Corazón
Tercer Domingo de Pascua, Año B.

  • Hechos 3:13-15, 17-19
  • Salmo 4:2, 4, 7-8, 9
  • 1 Juan 2:1-5a
  • Lucas 24:35-48Hoy es el tercer domingo de Pascua. Continuamos nuestra Jornada de Pascua y continuaremos recorriendo nuestro “Camino a Emaús”. En cada celebración de la misa escuchábamos la palabra de Dios y aquellas palabras “¿No ardía nuestro corazón?” Él nos está hablando en las Escrituras y meditamos para comprender el mensaje.

    Escuchamos la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles. Pedro estaba recordando los acontecimientos del pasado y avanzando por el presente para afrontar su futuro. Entonces Pedro hizo un comentario audaz golpeando duramente a todos los oyentes que fueron responsables de la muerte de Jesús. Sin embargo, Jesús resucitó de entre los muertos como el siervo del Padre con su comentario final: puedes arrepentirte y borrar tus pecados y seguir a Jesús, quien es Hijo ungido de Dios amorosamente obediente.

    La segunda lectura de la primera carta de San Juan recordó a sus lectores el rasgo de este Dios misericordioso, si guardamos sus mandamientos. Si afirmamos que conocemos a Dios y nunca guardamos Sus mandamientos, nuestra propia identidad no tiene ningún sentido. Podemos ser los peores mentirosos. Cuando no somos honestos y desobedecemos a Dios, perdemos la oportunidad de ver cómo Él obraría a través de nosotros. Debemos ser obedientes en nuestra búsqueda de transformación y conversión. Permanecer en pecado no nos ayuda a ver mejor ni siquiera en la oscuridad. Es importante recordar que una parte crucial de obedecer a Dios es confiar en Él y contar con Él. La confianza es el mandato fundamental para que toda nuestra obediencia fluya de la confianza en que Él está activo, vivo y presente.

    El evangelio de hoy es uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras. Los dos discípulos habían quedado traumatizados por la muerte de Jesús y por eso regresaban a la seguridad de Emaús, así que acompañémoslos en su camino con el corazón y la mente abiertos para comprendernos mejor a nosotros mismos.

    Primero, los dos discípulos habían estado saliendo de la peor semana de sus vidas sabiendo que Jesús fue torturado y ejecutado mediante crucifixión, sin que la gente supiera que Jesús era el verdadero Mesías. Estos dos discípulos querían escapar de su experiencia de quebrantamiento y pesar por lo que le había sucedido a Jesús, su maestro. Nosotros, al igual que los discípulos, tenemos nuestras heridas, decepciones e incluso dudas, y por eso queremos sentarnos a un lado del camino para preguntar, reflexionar y mirar en retrospectiva. No es aconsejable escapar de esos sentimientos hirientes, sino afrontarlos con confianza y fe.

    En segundo lugar, Jesús repasa con ellos las Escrituras que anuncian su verdad y luego lo reconocen en la proclamación de la palabra. Jesús explicó bien los acontecimientos tal como se revelan en las Escrituras. El corazón de los dos discípulos ardía de alegría, así que invitaron a Jesús a quedarse con ellos en la posada porque ya era de noche. Mientras los dos discípulos y Jesús estaban en la mesa sucedió algo familiar, es decir, la “fracción del pan”. En ese momento, Jesús compartió el pan con ellos, al hacerlo extendió una relación profunda con sus discípulos que los sorprendió con el misterio de su aparición corporal resucitada.

    En tercer lugar, Jesús desapareció, pero sus corazones estaban tan inundados de alegría que decidieron regresar y revelar a los demás lo que habían experimentado. Su encuentro con el Señor resucitado les dio aliento y misión. Jesús ha resucitado para mantenernos en ascenso, es decir, para encontrarnos con Su presencia, para recordar Sus palabras y enseñanzas alentadoras, para extender la paz y la reconciliación y para hacernos comprender nuestra misión a cumplir.

    A menudo, en nuestros ejercicios espirituales, como asistir a Misa, leer personalmente las Escrituras y meditar, el Señor Resucitado se vuelve disponible para nosotros. Nos habla íntimamente en silencio e incluso camina con nosotros. La intimidad nos invita al misterio, a la aventura, a experiencias de vida más profundas. Jesús invita a sus amigos íntimos a salir y estar con Él en la “presencia eucarística”. Luego, encontramos consuelo a través de Su poder sanador y somos elevados como persona. Él da paz y alegría a nuestra comunidad y al mundo.

    ¡Dios los bendiga a todos! ¡Él ha resucitado! ¡Aleluya!

    P. Arlón, osa

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