The Dictate of the Heart: 2nd Sunday of Easter, Year A (Sunday of Divine Mercy)

Today is the Second Sunday of Easter, and we also celebrate the Feast of the Divine Mercy. This Feast of the Divine Mercy was introduced to us by St. John Paul II and St. Faustina, both of them of Polish descent. We need to remember that the mercy of God is biblically founded and functional attribute of God’s infinite and eternal love in the history of man’s salvation. Both in the Old and New Testament, God manifests His constant compassion for the chosen people up to the time when Jesus Christ came into this world for our redemption. Jesus did not only perform miracles and goodness to the people but reveals to us that God is merciful, compassionate and loving at all times. Everything He does is an expression of mercy which is eternally in action.

The first reading today from the Acts of the Apostles reminds us of an ideal witnessing of Christian calling for their love and oneness of heart; they are indeed the Body of Christ. In this Acts of the Apostles, it is wonderful to know and understand how the early church was able to share their everything, their food and material possessions and to care for one another with continuous breaking of bread celebrating their own identity and the life as Jesus’ believers. Their way of life has been very attractive to others.

The second reading from the first epistle of Peter is very encouraging to continue our struggles of life due to the fact that God is ever persistent in His love; thus, we must be triumphant and victorious in all things.

We read in the gospel today the story of Thomas the Apostle struggling to believe the testimony of his fellow apostles about the Risen Jesus. Maybe some of us are also not so keen to believe the story of others regarding the familiar testimonies on how they believe in the resurrection. And then this story makes us understand and accept how Thomas was changed to be more faithful to the Lord. We can perfectly use this gospel in our spiritual maturity.

First, in this gospel passage, Thomas had spoken about His complete faith and trust after the invitation from Jesus to touch His wounds. In our journey as believers, we encounter the living God through Jesus’ wounds. We can feel His wounds through the poor and the abandoned, the weak and the sorrowful, and the rich people who need companions to make them feel that they too are loved and cared for. In all these, we truly encounter the Lord’s bleeding hands and side.

Second, Thomas is invited to touch Jesus’ wounds, and those wounds draw out of him the realization of being less acquainted with his companions’ experience of the Risen Jesus because he had been absent. Thus, I believe that his faith towards his co-apostles was that in questioned, not his faith in Jesus, the Lord and Master. Jesus showing his wounds connects to Thomas’ inner wounds and he was healed.

Third, Thomas is healed and can move from doubt to his confession of faith. He said,” My Lord and My God.” What a powerful way for him to declare his full and complete trust in Jesus, as Lord and God.

In today’s feast day of the Divine Mercy, we are called to have an intimate encounter with the Lord, showing much of His mercy and compassion for us. I have experienced so many times a sense of failure because there is a lack of fruitfulness in my ministry when I commit sin, yet God never stops me from pursuing me to confession so my mission will be more efficient and fruitful. To my amazement He has shown me numerous times how He clearly intervenes in my life. I have found blessings more than enough to prove His never-ending love and unfathomable works of mercy.

We are invited as His children to be open and to be willing to experience God’s presence in actions, beliefs, and presence of other believers. Again today, He assured us of His merciful presence in our lives. We, therefore, accept the mission that God is asking, to go and be God’s real presence in the world today. Let us live out our faith in Jesus.

God bless you.

Fr. Arlon, osa

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El Dictado del Corazón
Segundo Domingo de Pascua, Año A (Domingo de la Divina Misericordia)

  • Hechos 2:42-47
  • Salmos 118:2-4, 13-15, 22-24
  • 1 Pedro 1:3-9
  • Juan 20:19-31

Hoy es el Segundo Domingo de Pascua, y también estamos celebrando la Fiesta de la Divina Misericordia. Esta Fiesta de la Divina Misericordia nos la introdujeron San Juan Pablo II y Santa Faustina, ambos polacos. Siempre debemos recordar la misericordia de Dios, que tiene un fundamento bíblico y es el mayor atributo del amor infinito y eterno de Dios en la historia de la salvación del hombre. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios manifiesta Su constante compasión por Su pueblo escogido hasta el momento en que Jesucristo vino a este mundo para nuestra redención. Jesús no solo realizó milagros y bondad para todas las personas, sino que también nos reveló que Dios es misericordioso, compasivo y amoroso. Todo lo que hace es una expresión de misericordia.

La primera lectura de hoy de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda un testimonio ideal de cristianos que piden su amor y unidad de corazón; ellos son de hecho el Cuerpo de Cristo. En los Hechos de los Apóstoles, es maravilloso conocer y comprender cómo la iglesia primitiva pudo compartir todo, sus alimentos y bienes materiales, y cuidarse unos a otros con la continua fracción del pan, celebrando la propia identidad y vida. como creyentes de Jesús. Su forma de vida ha sido muy atractiva para los demás.

La segunda lectura de la primera epístola de Pedro es muy alentadora para continuar con nuestra lucha en la vida porque Dios es siempre persistente en su amor; por lo tanto, debemos ser triunfantes y victoriosos en todas las cosas.

Leemos en el evangelio de hoy sobre el Apóstol Tomás, luchando por creer el testimonio de sus compañeros apóstoles acerca de Jesús Resucitado. Tal vez algunos de nosotros tampoco estamos tan dispuestos a creer la historia de otros sobre los testimonios familiares sobre cómo creen en la resurrección, y luego intentan hacernos entender y aceptar cómo Tomás fue cambiado para ser más fiel al Señor. Podemos usar perfectamente este evangelio en nuestra madurez espiritual.

Primero, en este pasaje del evangelio, Tomás había hablado de su completa fe y confianza después de la invitación de Jesús de tocar sus heridas. En nuestro caminar como creyentes, encontramos al Dios vivo a través de las heridas de Jesús. Podemos sentir sus heridas a través de los pobres y los abandonados, los débiles y los afligidos, y los ricos que necesitan compañeros para sentirse amados y cuidados. En todo esto, verdaderamente encontramos las manos y el costado sangrantes del Señor.

En segundo lugar, Tomás es invitado a tocar las heridas de Jesús, y esas heridas le provocan la perturbación de conocer menos la experiencia de Jesús Resucitado de sus compañeros por haber estado ausente. Por lo tanto, creo que su fe fue que sus compañeros apóstoles lo cuestionaron, no su fe en Jesús, su Señor y Maestro. Jesús mostrando sus heridas conecta las heridas internas de Tomás.

Tercero, Tomás es sanado y puede pasar de la duda a su confesión de fe. Él dijo: “Señor mío y Dios mío”. Qué manera tan poderosa para él de declarar su completa confianza en Jesús, como Señor y Dios.

En la fiesta de hoy de la Divina Misericordia, estamos llamados a tener un encuentro íntimo con el Señor, mostrando Su misericordia y compasión por nosotros. He experimentado tantas veces una sensación de fracaso porque me encantaría ver frutos en mi ministerio, pero Dios nunca me impide seguir mi misión. Para mi asombro, me ha mostrado numerosas veces cómo interviene en mi vida. He encontrado bendiciones más que suficientes para probar Su amor infinito y sus insondables obras de misericordia.

Estamos invitados como Sus hijos a estar abiertos y dispuestos a experimentar la presencia de Dios en acciones, creencias y la presencia de otros creyentes. Nuevamente hoy, Él nos aseguró Su presencia misericordiosa en nuestras vidas. Nosotros, por tanto, aceptamos la misión que Dios nos pide, ir y ser la presencia real de Dios en el mundo de hoy. Vivamos nuestra fe en Jesús y nunca dejemos de decir Jesús, en Ti confío.

Padre Arlón, osa

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