The Dictate of the Heart: 23rd Sunday in Ordinary Time, Year C

As I write this reflection, from September 1 to 17, 2025,  the Order of St. Augustine is holding its 188th Ordinary General Chapter at the Basilica of Sant’Agostino in Campo Marzio, Rome. The Opening Mass was presided over by His Holiness Pope Leo XIV, who previously served two terms as our Prior General.

In his homily, Pope Leo reflected on Jesus’ words from John 14:15–17, encouraging all those present at the Chapter—and indeed all of us—to pray for the gifts of attentive listening, humility, and unity in the Church and the world. He said:“Live these days, therefore, in a sincere effort to communicate and to understand, and do so as a generous response to the great and unique gift of light and grace that the Father of Heaven gives you by summoning you here—specifically you—for the good of all.”     

These words are a powerful challenge, especially to the friars serving as delegates. They are called to be open to the guidance of the Holy Spirit, the true source of discernment, so that their decisions may benefit both the Order and the universal Church.

This Sunday’s Gospel also reminds us that discipleship is not simply about words, rituals, or brief prayers. Following Jesus requires that we place Him above all—yes, even above our closest relationships. Discipleship is not always easy.

Jesus calls us to reflect deeply and honestly on the cost of following Him.

The first reading from the Book of Wisdom reminds us that human understanding alone cannot grasp the will of God. Our minds are often clouded by earthly concerns and biases. However, understanding the Divine wisdom is something we can attain by seeking and receiving the gifts of  the Holy Spirit. Without God’s guidance, we are likely to stray from the path of truth.

In the second reading, St. Paul, writing from prison, sends Onesimus back to Philemon not as a slave, but as a brother in Christ. This short but powerful letter shows how Paul’s life has been transformed by Christ—not just in his preaching, but in his actions.

Paul urges Philemon to welcome Onesimus as he would welcome Paul himself. In doing so, he demonstrates that Christian relationships must be rooted in love, dignity, and equality. In every human relationship, we are called to see Christ, who embraces us all as brothers and sisters.

In today’s Gospel, Jesus sets a high standard for discipleship. He tells the crowd that following Him means carrying our cross, willing to let go of anything that hinders our full commitment to God.

The “cross” we carry isn’t always dramatic suffering. Often, it’s the challenge of releasing selfish desires, comforts, or attachments. Jesus uses the images of building a tower and preparing for battle to highlight the need for planning, discernment, and intentional commitment. No one builds a tower without first calculating the cost.

Likewise, our faith needs a strong foundation—nurtured by prayer, gratitude, and sacrifice. If we fail to consider what true discipleship requires, we risk beginning a journey we are not prepared to finish.

Discipleship has a cost. Jesus asks for everything.

I remember facing a very difficult decision before my ordination. I spent a great deal of time asking myself: “Who truly holds the first place in my life?” This gospel reminded me that while the call to follow Jesus is freely given, it also requires total and wholehearted surrender.

To follow Christ in the truest sense means carrying our cross each day, not holding on to selfishness, personal plans, but by walking in trust and obedience.

Let us ask for the grace to respond with courage, humility, and love. May the wisdom of God guide our every step on the path to eternal life.

God bless you.

Fr. Arlon, OSA

————

El Dictado del Corazón:  Vigésimo-Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, Año C

  • Sabiduría 9, 13–18b
  • Salmo Responsorial 89, 3–4. 5–6. 12–13. 14 y 17
  • Filemón 1, 9–10. 12–17
  • Lucas 14, 25–33

Del 1 al 17 de septiembre de 2025, mientras escribo esta reflexión, la Orden de San Agustín celebra su 188º Capítulo General Ordinario en la Basílica de San Agustín en Campo Marzio, Roma. La Misa de Apertura fue presidida por Su Santidad el Papa León XIV, quien anteriormente sirvió dos períodos como nuestro Prior General.

En su homilía, el Papa León reflexionó sobre las palabras de Jesús en Juan 14, 15–17, animando a todos los presentes en el Capítulo y, de hecho, a todos nosotros, a orar por los dones de la escucha atenta, la humildad y la unidad dentro de la Iglesia y en el mundo. 

Dijo:

“Vivan estos días, pues, en un esfuerzo sincero por comunicarse y comprenderse, y háganlo como una respuesta generosa al gran y único don de luz y gracia que el Padre del Cielo les da al llamarlos aquí a ustedes, específicamente para el bien de todos.”

Estas palabras son un llamado desafiante, especialmente para los frailes que sirven como delegados. Están llamados a abrirse a la guía del Espíritu Santo, verdadera fuente del discernimiento, para que sus decisiones beneficien tanto a la Orden como a la Iglesia universal.

El Evangelio de este domingo también nos recuerda que el discipulado no se trata simplemente de palabras, rituales o breves oraciones. Seguir a Jesús requiere que lo pongamos a Él por encima de todo, sí, incluso por encima de nuestras relaciones más cercanas. El discipulado no siempre es fácil.

Jesús nos llama a reflexionar profunda y honestamente sobre el costo de seguirlo.

La primera lectura del Libro de la Sabiduría nos recuerda que la comprensión humana por sí sola no puede alcanzar la voluntad de Dios. Nuestra mente muchas veces se nubla por preocupaciones terrenales y prejuicios. Sin embargo, comprender la sabiduría divina es algo que podemos alcanzar al buscar y recibir los dones del Espíritu Santo. Sin la guía de Dios, es probable que nos desviemos del camino de la verdad.

En la segunda lectura, San Pablo, escribiendo desde la prisión, envía de regreso a Onésimo con Filemón, no como esclavo, sino como hermano en Cristo. Esta breve pero poderosa carta muestra cómo la vida de Pablo ha sido transformada por Cristo, no solo en su predicación, sino también en sus acciones.

Pablo exhorta a Filemón a recibir a Onésimo como lo recibiría a él mismo. Al hacerlo, demuestra que las relaciones cristianas deben estar enraizadas en el amor, la dignidad y la igualdad. En cada relación humana, estamos llamados a ver a Cristo, quien nos abraza a todos como hermanos y hermanas.

En el Evangelio de hoy, Jesús establece un estándar alto para el discipulado. Le dice a la multitud que seguirlo significa cargar con nuestra cruz, estar dispuestos a dejar todo aquello que impida nuestro compromiso total con Dios.

La “cruz” que llevamos no siempre es un sufrimiento dramático. A menudo, es el desafío de soltar deseos egoístas, comodidades o apegos. Jesús utiliza las imágenes de construir una torre y preparar una batalla para resaltar la necesidad de planificación, discernimiento y compromiso intencional. Nadie construye una torre sin antes calcular el costo.

De la misma manera, nuestra fe necesita una base sólida—alimentada por la oración, la gratitud y el sacrificio. Si no consideramos lo que realmente exige el discipulado, corremos el riesgo de comenzar un camino que no estamos preparados para terminar.

El discipulado tiene un costo. Jesús lo pide todo.

Recuerdo haber enfrentado una decisión muy difícil antes de mi ordenación. Pasé mucho tiempo preguntándome: “¿Quién ocupa verdaderamente el primer lugar en mi vida?” Este evangelio me recordó que, si bien el llamado a seguir a Jesús es un don gratuito, también exige entrega total y de corazón.

Seguir a Cristo en el sentido más verdadero significa cargar nuestra cruz cada día, dejando a un lado el egoísmo y los planes personales, y caminando con confianza y obediencia.

Pidamos la gracia de responder con valentía, humildad y amor. Que la sabiduría de Dios guíe cada uno de nuestros pasos en el camino hacia la vida eterna.

Por favor, oren por el éxito del 188º Capítulo General Ordinario de la OSA.

Dios los bendiga.

P. Arlon, OSA