The Dictate of the Heart: 31st Week in Ordinary Time, Wednesday: The Commemoration of All the Faithful Departed (All Souls Day)

Today, we celebrate All Souls Day. Many Protestant brethren believe that after death, there is no way to alter the fate of those who died. They believe that at the point of death, one’s eternal destiny is confirmed. Either he is saved through faith in Christ and is in heaven where he is experiencing rest and joy in God’s presence, or he is in torment in hell. No amount of prayer would deliver them from damnation. Whatever the state of one’s soul, that’s it. They say, “once the person is gone, they’re gone.” Hence, no more prayers would aid the soul for salvation. Death is final, and after that, no amount of praying will avail a person of the salvation he has rejected in life. I believe this is a very sad perspective, thinking that our prayers would be completely futile. That is the reason why they don’t pray for the dead; they believe that their prayer service is to help the grieving family. Their dead are completely on their own, no more hope or more love. Let them find their way, others would say.

Catholic faith is totally different. There is always room for our deceased brethren to be saved by God’s mercy. We remember them every November 2nd, offering prayers for their salvation every All-Souls’ Day. We offer novenas on their death anniversary in order to gain eternal repose, and the highest form of prayer is to offer mass for our departed brothers and sisters. To justify this religious practice is connected with keeping the chief commandment of God, “Love God above all and love your neighbor as yourself.” Love is not only shared with those who are living. Our love for our neighbors is beyond death and an integral part to practice charity towards our neighbors. Jesus did not say love only those who are alive. Therefore, our love is forever, as long as we live. There is no stopping the manifesting of love for each other.

We cannot make any judgment of any person who has died, even knowing how much they had done bad things. We must remember that every person does something good in life. If we now think that our prayer won’t help because you have known someone to be an evil person, just believe that God’s mercy is immense.

It is a holy and pious thought to pray for the dead (2 Mc 12:44-45). Those in heaven or in hell don’t benefit from our prayers, because the souls that are already in heaven are enjoying the eternal bliss of God, and those in hell are already condemned. However, we need to understand that not everyone immediately goes to heaven or hell after they die. Therefore, when we pray for the dead, we must be praying for people in some other place usually called “purgatory,” which other religions do not accept.  As Catholics, we accept that there is a state of purging and purification. If the souls we are praying for are destined to hell, we believe our prayers won’t be wasted because of the idea that there is the “treasury of prayers” which would be applied to those poor souls who have no one to pray for them.

As early as first century Christians, in catacombs and other graves, they put an inscription, “ PAX TIBI, SPIRITUI TUO, IN AETERNUM, TIBI CUM ANGELIS, CUM SANCTIS.” All these words were written and uttered to signify prayers for the dead.

Today’s Scriptural readings give us great comfort for accepting our own mortality. The Book of Wisdom expresses consolation into our hearts, “The souls of the just are in the hand of God.” In today’s gospel, Jesus says, “And this is the will of the one who sent me, that I should not lose anything of what he gave me, but that I should raise it on the last day.” We are supported by God’s words and encouraged in hope. We do not fully comprehend this reality, but we know that it is something greater and more powerful than anything else we have known, the great love and mercy of God. For Him, no one is lost.

Then, St. Paul prayed for the Dead, 2 Timothy 1:16-18 “May the Lord grant mercy to the household of Onesiphorus, for he often refreshed me; he was not ashamed of my chains, but when he arrived in Rome he searched for me eagerly and found me, may the Lord grant him to find mercy from the Lord on that Day – and you well know all the service he rendered at Ephesus.”

Today, let us spend time praying for all our departed Brothers and Sisters who have died so that their souls will be in the hands of God. Being with God, no torment can touch them. There is no more suffering, pain or worries because we believe that God takes good care of them and comforts them as well. They are at peace.

“Eternal rest grant unto them, O Lord, and let perpetual light shine upon them. May their souls and the souls of all the faithful departed, through Your mercy, rest in peace. Amen.”

May they rest in peace. God bless you.

Fr. Arlon, osa

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El Dictado del Corazón:

La Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (Día de Todos los Difuntos)

Sabiduría 3:1-9 Salmo 23:1-3A, 3B-4, 5, Romanos 6:3-9 Juan 6:37-40

Hoy celebramos el Día de Todos los Fieles Difuntos. Muchos hermanos protestantes creen que después de la muerte, no hay forma de alterar el destino de quienes han muerto. Creen que, en el momento de la muerte, se confirma el destino eterno de la persona. O es salvado por la fe en Cristo y está en el cielo, donde experimenta descanso y gozo en la presencia de Dios, o está atormentado en el infierno. Dicen: “Una vez que la persona se va, se va”. Por lo tanto, ya no habrá más oraciones que ayuden al alma a alcanzar la salvación. La muerte es definitiva, y después de eso, ninguna oración por mucho que ore le servirá a la persona para obtener la salvación que ha rechazado en vida. Creo que esta es una perspectiva muy triste, pensar que nuestras oraciones serían completamente inútiles. Por eso no rezan por los muertos; Creen que su servicio de oración es para ayudar a la familia en duelo. Sus muertos están completamente solos, sin más esperanza ni más amor. Que encuentren su camino, dirían otros.

La fe católica es diferente. Siempre hay lugar para que nuestros hermanos fallecidos sean salvados por la misericordia de Dios. Los recordamos cada dos de noviembre, ofreciendo oraciones por su salvación cada Día de los Fieles Difuntos. Ofrecemos novenas en el aniversario de su muerte para obtener el descanso eterno, y la forma más elevada de oración es ofrecer misa por nuestros hermanos y hermanas difuntos. Justificar esta práctica religiosa está relacionado con guardar el principal mandamiento de Dios: “Ama a Dios sobre todo y ama a tu prójimo como a ti mismo”. El amor no sólo se comparte con quienes están vivos. Nuestro amor por nuestro prójimo está más allá de la muerte y es una parte integral de la práctica de la caridad hacia nuestro prójimo. Jesús no dijo ama sólo a los que están vivos. Por lo tanto, nuestro amor es para siempre, mientras vivamos. No hay forma de detener la manifestación del amor mutuo.

No podemos emitir ningún juicio sobre ninguna persona que haya muerto, incluso sabiendo cuánto había hecho cosas malas. Debemos recordar que cada persona hace algo bueno en la vida. Si ahora pensamos que nuestra oración no ayudará porque hemos conocido a alguien que es una persona malvada, simplemente hay que creer que la misericordia de Dios es inmensa.

Es un pensamiento santo y piadoso orar por los muertos (2 Mc 12,44-45). Los que están en el cielo o el infierno no se benefician de nuestras oraciones, porque las almas que ya están en el cielo están disfrutando de la bienaventuranza eterna de Dios, y las que están en el infierno ya están condenadas. Sin embargo, debemos entender que no todo el mundo va inmediatamente al cielo o al infierno después de morir. Por lo tanto, cuando oramos por los muertos, debemos orar por personas en algún otro lugar generalmente llamado “purgatorio”, cuya enseñanza otras religiones no pueden aceptar. Como católicos aceptamos que existe un estado de purga y purificación. Si las almas por las que oramos están destinadas al infierno, creemos que nuestras oraciones no serán en vano debido a la idea de que existe el “tesoro de las oraciones” que se aplicaría a aquellas pobres almas que no tienen a nadie que oren por ellas.

Ya en el siglo I, los cristianos colocaban en catacumbas y otras tumbas una inscripción: “PAX TIBI, SPIRITUI TUO, IN AETERNUM, TIBI CUM ANGELIS, CUM SANCTIS”. Todas estas palabras fueron escritas y pronunciadas para significar oraciones por los muertos. Las lecturas de las Escrituras de hoy nos brindan un gran consuelo al aceptar nuestra mortalidad. El Libro de la Sabiduría expresa consuelo en nuestros corazones: “Las almas de los justos están en manos de Dios”. En el evangelio de hoy, Jesús dice: “Y esta es la voluntad del que me envió: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el día postrero”. Nos apoyan las palabras de Dios y nos alientan la esperanza. No comprendemos completamente esta realidad, pero sabemos que es algo más grande y poderoso que cualquier otra cosa que hayamos conocido, el gran amor y misericordia de Dios. Para Él nadie está perdido.

También San Pablo oró por los difuntos, 2 Timoteo 1:16-18 “Que el Señor tenga misericordia de la casa de Onesíforo, porque él me dio refrigerio muchas veces; él no se avergonzó de mis cadenas, pero cuando llegó a Roma me buscó ansiosamente y me encontró, que el Señor le conceda hallar misericordia del Señor en aquel Día – y bien sabéis todo el servicio que prestó en Éfeso. ”

Hoy, dediquemos tiempo a orar por todos nuestros hermanos y hermanas que han fallecido, para que sus almas estén en las manos de Dios. Estando con Dios, ningún tormento puede tocarlos. Ya no hay sufrimiento, dolor ni preocupaciones porque creemos que Dios los cuida bien y también los consuela. Están en paz.

“Concédeles, oh, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua. Que sus almas y las de todos los fieles difuntos, por tu misericordia, descansen en paz. Amén.”

Dios los bendiga.

The Dictate of the Heart: 31st Week in Ordinary Time, Wednesday: The Feast of All Saints

Today is the feast of All Saints.  We remember these ordinary people, men and women declared officially by the Catholic Church as Saints, who attained glory at the altar of the Lord because of their fidelity to God and their Christian virtues.  I believe that there are also so many Saints in heaven, unknown holy people, who are not declared by the Church, yet they are with God in heaven.

I never thought I’d meet real people here on earth, whom I consider living saints because of the way they serve others and love God faithfully. They work diligently, actively among the poor in a quiet manner, with all humility and generosity.  There is nothing remarkable about them for they are focused on sincerity of heart as genuine witnesses of God’s compassion, care, and deep love for the people whom they serve.

Today’s gospel from St. Matthew tells us about Jesus’ sermon on the Mount. It conveys to us how to become Saints by following Jesus’ words  and examples.  This gospel passage is a practical guide to holiness which is attainable, within reach and real, but not expressing who those Saints are.  Jesus is giving us principles which are concrete suggestions to action.

In our Nicene Creed, we express our belief about the communion of Saints.  Thus, we are not far and remote from them, but united.  Through our faith and prayers, we are perfectly in communion with them especially when we ask for their help, for they have this beatific vision granted to them by God to intercede for us. On our part as believers, knowing and meeting living “Saints” in real life, we are encouraged to continue committing to our Faith and the love of God.  We must know thru them how to walk in the path to Holiness.  It is in the ordinary that we encounter Christ and His saints and are given the grace to be the beatitudes.

Let us now reflect profoundly on some points that are significant to us:

First, the blessings that Jesus has mentioned in the Beatitudes are not material blessings, like winning a lottery or becoming richer.  Rather it is about being spiritually rich and successful.  In fact, it is a total opposition to all the world offers us.  It almost turns all our notions of blessedness upside down.

Second, finding ourselves to be “spiritually poor,” we have nothing but God in our lives.  Being poor, we discover God.  St. Augustine promoted poverty of spirit and continence of the heart while living in Hippo with his friends and brothers in the community while doing their pastoral duties.  Our Father, St. Augustine, says, ‘the love of neighbor was simply another expression of the love of God,” in the realm of spiritual poverty.  Being poor, we can share much. In our poverty, we open our hands to help and our hearts to pray to our God who provides.

Third, when we find ourselves mourning, we shall be comforted because in our helplessness and starving for justice, we have nowhere to find true comfort except from our Savior who satisfies us.

Fourth, when we find God’s mercy for our sins, our pains and wounds heal.  We receive cleansing of our hearts; therefore, we too experience and see God within us thru a purified heart from all the pains and woundedness.  Thus, we can easily offer forgiveness and mercy to others as well.   We become peacemakers, ready to dispense that special blessedness we have received.  I believe that once God has given us His bountiful grace, His mercy overflows in our hearts.  Now, we become true children of God and see Him face to face.

In today’s first reading from the Book of Revelation, St. John has a vision of a multitude of people, impossible to count, “from every nation, race, people, and tongue… These are the ones who have survived the time of great distress.” St. John is reminding us that reaching the promise of salvation has been attached to all kinds of difficulties and challenges in this present world.  This is both a message and a warning to us that we will all succumb to suffering and difficulties here on earth; however, there is an end to suffering when we are faithful to Jesus, who sacrificed His own life so that we may live for all eternity.

This is indeed a great promise because all the saints of God are fully enjoying that “Blessedness.”  We are also called to see and believe that we can also rejoice and be glad about all God’s elect.

May all the Saints of God, pray for us.

Fr. Arlon, osa

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Solemnidad de Todos los Santos

  • Apocalipsis 7:2-4, 9-14
  • Salmos 24:1 bc-2, 3-4ab, 5-6
  • 1 Juan 3:1-3
  • Mateo 5:1-12a

Hoy es la fiesta de Todos los Santos. Recordamos a estas personas ordinarias, hombres y mujeres declarados oficialmente Santos por la Iglesia Católica, que alcanzaron la gloria en el altar del Señor por su fidelidad a Dios y sus virtudes cristianas. Hay tantos Santos en el cielo, santos que desconocemos, que no están declarados por la Iglesia, pero que están con Dios en el cielo. 

Nunca pensé que encontraría personas reales aquí en la tierra, a quienes considero santos vivientes por la forma en que sirven a los demás y aman fielmente a Dios. Trabajan diligente y activamente entre los pobres de manera silenciosa, con toda humildad y generosidad. No hay nada extraordinario en ellos porque se centran en la sinceridad de corazón como testigos genuinos de la compasión, el cuidado y el profundo amor de Dios por las personas a quienes sirven.

El evangelio de hoy de San Mateo nos habla del sermón de la montaña de Jesús. Nos transmite cómo llegar a ser santos siguiendo las palabras y el ejemplo de Jesús. Este pasaje del evangelio es una guía práctica hacia la santidad que es alcanzable, asequible y real, pero que no expresa quiénes son esos santos. Jesús nos está dando principios que son sugerencias concretas para la acción.

En nuestro Credo Niceno expresamos nuestra creencia sobre la comunión de los santos. Por lo tanto, no estamos lejos ni alejados de ellos sino unidos. A través de nuestra fe y oración, estamos en perfecta comunión con ellos, especialmente cuando les pedimos ayuda, porque tienen esta visión beatífica que Dios les concedió para interceder por nosotros. De nuestra parte como creyentes, al conocer y encontrarnos con “Santos” vivos en la vida real, nos animamos a seguir comprometiéndonos con nuestra Fe y el amor de Dios. Debemos saber a través de ellos caminar por el camino de la Santidad. Es en lo ordinario donde encontramos a Cristo y a sus santos y se nos da la gracia de ser las bienaventuranzas.

Reflexionemos ahora profundamente sobre algunos puntos que para nosotros son significativos:

Primero, las bendiciones que Jesús mencionó en las Bienaventuranzas no son bendiciones materiales, como ganar la lotería o hacerse rico. Más bien se trata de ser espiritualmente rico y exitoso. Es lo contrario de todo lo que el mundo nos ofrece, altera nuestra noción de bienaventuranza.

En segundo lugar, al considerarnos “espiritualmente pobres”, no tenemos nada más que a Dios en nuestras vidas, que es todo lo que necesitamos. Siendo pobres descubrimos a Dios. San Agustín promovió la pobreza de espíritu y la continencia del corazón mientras vivía en Hipona con sus amigos y hermanos de la comunidad mientras cumplían sus deberes pastorales. Nuestro Padre San Agustín dice: “El amor al prójimo es simplemente otra expresión del amor de Dios”, en el ámbito de la pobreza espiritual. Siendo pobres, podemos compartir mucho. En nuestra pobreza, abrimos nuestras manos para ayudar. y nuestro corazón para orar a nuestro Dios que provee.

En tercer lugar, cuando nos encontremos de luto, seremos consolados porque en nuestra impotencia y hambre de justicia, no tenemos dónde encontrar verdadero consuelo excepto en nuestro Salvador, que nos satisface.

Cuarto, cuando encontramos la misericordia de Dios por nuestros pecados, nuestros dolores y heridas sanan. Recibimos la limpieza de nuestro corazón; por lo tanto, nosotros también experimentamos y vemos a Dios dentro de nosotros a través de un corazón purificado de todos los dolores y heridas. Por lo tanto, también podemos ofrecer fácilmente perdón y misericordia a los demás. Nos convertimos en pacificadores, listos para dispensar esa bendición especial que hemos recibido. Creo que una vez que Dios nos ha dado su abundante gracia, su misericordia se desborda en nuestros corazones. Ahora nos convertimos en verdaderos hijos de Dios y lo vemos cara a cara.

En la primera lectura de hoy del Libro del Apocalipsis, San Juan tiene la visión de una multitud de personas, imposible de contar, “de toda nación, raza, pueblo y lengua… Estos son los que han sobrevivido al tiempo de gran angustia.” San Juan nos recuerda que alcanzar la promesa de la salvación ha estado ligado a todo tipo de dificultades y desafíos en este mundo actual. Este es a la vez un mensaje y una advertencia para nosotros de que todos sucumbiremos al sufrimiento y las dificultades aquí en la tierra, sin embargo, el sufrimiento tiene un fin cuando somos fieles a Jesús, quien sacrificó su propia vida para que podamos vivir por toda la eternidad.

Esta es en verdad, una gran promesa porque todos los santos de Dios están disfrutando plenamente de esa “Bienaventuranza”. También estamos llamados a ver y creer que también podemos regocijarnos y alegrarnos por todos los elegidos de Dios.

Pidamos a todos los Santos de Dios, que oren por nosotros.

P. Arlón, osa